estas marcas en relación con Dios, con el mensaje y con los oyentes. A menos que sintamos con nuestros corazones —además de conocer con nuestras mentes— la realidad y grandeza del Dios viviente, nuestro mensaje no conllevará convicción. Isaías necesitaba ver al Señor alto y sublime, reinando, adorado, llenando la Tierra con su gloria, antes de poder comenzar su ministerio (Is. 6:1–8). Ezequiel vio a Dios oculto y,
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